Papá, ¡hazme un experto!, perderé creatividad

  Si me lo permiten…

  Quién no ha pronunciado en alguna ocasión expresiones tales como: “yo soy de ciencias así es que…”, “no es mi especialidad”, “es un tema desconocido para mí”, “lo mío no son los números”, “en cuanto a ese asunto te puedo asesorar en lo que quieras, soy experto”… Zapatero a tus zapatos, aunque hasta cierto punto.

  En realidad, sería entendible dejar a un lado las debilidades en cuanto a aptitudes se refiere, con el fin de no vernos envueltos en un sinfín de constantes tropiezos en el momento de opinar y actuar en sociedad. Sin embargo, cuanto mayor es la especialización en un campo determinado, más perjudicada se muestra la capacidad de innovación y curiosidad por otras áreas de la vida.

  Los niños, desde que nacen desarrollan de una manera exuberante estas destrezas emprendedoras, las cuales, les conducen a solucionar problemas que un adulto probablemente resolvería (si es que le resulta posible) de un modo costoso y con bastante esfuerzo mental. No me refiero precisamente a sumas y restas, sino a ocurrencias e ideas que podrían permitirles llevar a efecto soluciones más allá de la “pura lógica”  tal y como los adultos la entendemos.

  Un niño de cuatro años en cierta ocasión, cuando su madre le propuso comprarle su juguete preferido en el momento en el que las monedas que se iban depositando cada semana en el interior de su hucha llegaran a tocar la superficie de ésta, exclamó: -¡Ya está mamá, ahora podremos comprarlo! -Solamente contenía dos monedas, ¿cómo podía ser posible? Pues ingeniando un método que al conocerlo les resultará bastante obvio; ¡volteando el recipiente! ¿Demasiado fácil?, ¿y por qué no?, ¿trampa? Nadie habló de reglas estático-gravitatorias…

  Tras haber repetido la construcción de un puzzle una y otra vez, la madre de una niña de cinco años se dirigió a ella, la incitó a desistir y a buscarse otro juego, pues ya lo conocía a la perfección y no aprendería nada nuevo. Al cabo de unos minutos su progenitora se  sorprendió y no pudo contener la admiración cuando observó la novedosa obra infantil: ¡El puzzle lo había reconstruido al revés!, ¡claro que sí! era su favorito.

   Según vamos creciendo, vamos ganando experiencia (en la vida, en la pareja, en el trabajo…) y nos especializamos para desarrollar al máximo unas determinadas cualidades que creemos poseer. Esto en la era de la revolución industrial tenía cabida, ya  que todo funcionaba por oficios muy concretos (nadie necesitaba entender de nada más). Por el contrario, según avanza la edad, además de perder miles de neuronas cada día, destrezas y habilidades físicas, también decrece la capacidad creativa, de innovar y de emprender nuevos proyectos. Esto se debe al acomodamiento, a los miedos a realizar acciones distintas a las habituales por si no funcionan, y cómo no, al aumento de la experiencia que aún nos crea más temor al cambio.

  En pleno siglo XXI, debemos tomar otro rumbo y reestructurar el sistema educativo, político, social y laboral, ya que se presenta más rentable y eficiente para la sociedad, la persona emprendedora y con constantes nuevas ideas de mejora.

  Como conclusión, les animo a volver a desarrollar el espíritu joven que todos llevamos dentro y que nos ayuda a dar el gran salto, a ser curiosos, a desafiar las leyes “lógicas” de la vida, a crear, crecer y creer en algo en lo que siempre defendimos y defenderemos: el potencial del espíritu humano.

  Y ya saben: qué será mi hijo de mayor también depende de nuestra implicación.

   «La juventud experimenta al individuo, la madurez lo capacita» 
                                     
 

Publicado por: Iñaki Fernández Suárez

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