Papá, ¡te compro una hora de tu tiempo!

   Si me lo permiten…

  No es de extrañar que en la sociedad actual, en el marco que encierra prisas por y para todo, impaciencia perpetua, otorgar valor a lo meramente superficial y efímero, además de un sinfín de múltiples actuaciones humanas merecedoras de reflexión, hayamos dado un paso hacia el arriesgado abismo de la necesidad de consumo, el cual, únicamente nosotros mismos hemos generado.

  Pero, ¿de qué forma interfiere en el desarrollo infantil todo este entramado del despropósito de la posesión por la posesión sin fundamento férreo y de la fiebre por atender a prioridades que no guardan relación alguna con las necesidades de nuestros retoños? Pues bien, el individuo a temprana edad es partícipe de cada estímulo que se le presenta, tanto de modo intencionado como impremeditado, analiza y procesa las conductas de quienes tiene por referentes, ya se trate de familia o de personajes televisivos que le asombran.

  El niño, es capaz de llegar a tolerar la idea de haber sido forjado de un metal poco lustroso, sin embargo, en el momento en el que es el tiempo dedicado por sus padres, el elemento del que ha sido privado en las circunstancias principalmente de mayor necesidad, ¡no lo consiente! Asimismo, en la mayoría de los casos, resulta escabroso el perdón e insoluble el olvido.

  Cuando no tratamos más opciones que el trabajo a largas jornadas, «obligaciones» sociales con los amigos (tanto presenciales como virtuales), después la telenovela, luego el fútbol, las compras y tareas domésticas del fin de semana, entonces, ¿ellos cuándo?

  Recordemos el caso de la niña que insistió a su padre una vez tras otra, que le prestara un momento para jugar con ella. Este no lo encontraba. Obtenía considerables ingresos dedicando horas extras a su empleo. Cierto día, la niña tuvo una brillante idea: comenzó a reunir monedas con un entusiasmo atroz. Cuando tuvo oportunidad, con los ojos como dos soles, se refirió a él preguntando: -Papá, ¿cuánto ganas por cada hora de trabajo? –Cincuenta euros -respondió el hombre muy orgulloso de sí mismo. –Pues, ¿sabes qué?… con lo que tengo ahorrado… ¡al fin podremos pasar unas horas juntos! -culminó ella con exaltación.

  La verdad, necesitan más de lo que les ofrecemos y la fórmula es sencilla: tan sólo es preciso equilibrar la balanza E-M. Es preferible provocar el incremento de peso en la bandeja que porta la sustancia E (Espiritual), dejando liviano el extremo que soporta M (Material). Por lo tanto, procuraremos prevenir la caída en las redes de la culpabilidad, tejida con hebras de constantes renuncias al mudo reclamo que en ocasiones el pequeño nos implora. Y por supuesto, nunca paliar la escasez de cariño y atención con lúdicas ofrendas fungibles, que no sacian la sed de ser atendido y tomado en consideración en los momentos más delicados.

  Y ya saben: qué será mi hijo de mayor también depende de nuestra implicación.

«Niño en su infancia poco atendido, escabroso el perdón e insoluble el olvido»  

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Publicado por: Iñaki Fernández Suárez

Creative Commons License  

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