Hijo, pero ¿qué te enseñan en el colegio?


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Si me lo permiten…

Demasiados libros de texto, aunque no es suficiente. Abundante tarea para casa, pero continúa siendo escasa. Exceso de tiempo sentados, sin embargo no aprenden “lo que tienen que aprender”. Presión lectoescritora precoz, no obstante, siguen las carencias en cursos posteriores. Innumerables responsabilidades, exigencias, estrujamiento y burocracia de aquí, de allá y del “más allá” que empapela, nubla, o en el peor de los casos anula el ánimo innovador del profesor… Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué mi hijo no sabe “lo que tiene que saber”?

La escuela hace años que quedó caduca, abalanzándose constantemente sobre una sociedad digital y vanguardista que se le resbala y  fuga, sin detenerse un segundo a dar a la primera unas palabras de aliento. Si a ello le añadimos el estancamiento mental, instrumental, legal y burocrático perfectamente enmarcado en convencionalismos protocolarios de cómo debe ser esta institución académica… ¡eureka!, identificamos la clave el enigma.

Lamento adelantar, para quien no quiera avanzar en esta lectura (el tiempo es oro), que no va a ser un servidor quien ofrezca la solución ya que, no soy ni el más apropiado ni el más capacitado para ello. Aun así, me voy conformando con “empujar” en cada momento mi granito de arena, eso sí, siempre y cuando el camino se encuentre llano.

Simplemente, en la escuela actual nadie enseña nada ni nadie aprende nada. Vuelvo a insistir, quien se llevó las manos a la cabeza al leer estas líneas o forme parte del pesimismo que paraliza el mundo, por favor, deje la lectura. Su mente la programaron desde bien temprano para ver lo que le aseguraron que vería y creer en lo que le dijeron que creería (y el cerebro es cómodo, muy cómodo, extremadamente cómodo…). Ahora bien, si siente curiosidad y va a hacer un esfuerzo por entender lo que ocurre realmente en el proceso erróneamente denominado enseñanza – aprendizaje que tiene lugar en la segunda residencia de su hijo, en ese caso, le animo a que continúe.

El ser humano viene programado “de serie” para absorber todo lo que le echen, principalmente en su niñez. Es normal, pues es la etapa en la que de más neuronas “frescas” disponemos.  Por lo tanto, estaríamos en lo cierto al desear aprovechar este potencial en nuestros hijos tanto en casa, en la calle y como no, en el colegio ¡Parece tan sencillo! Y es aquí donde nos llega la “obligada” complejidad del asunto…

 “Explotación madurativa” es el término con el que me voy a referir a los momentos clave, ventanas de oportunidad, o simplemente puntos cronológicos en los que, a lo largo de la vida, emitimos señales indicando que estamos listos y además motivados (esencial este último requisito) para darnos un atracón de conocimientos y habilidades los cuales irán rodados, sin palancas, sin apenas esfuerzo, uno tras otro, con postre incluido y ¡aún quiero y puedo con más! Estoy seguro de que recuerdan uno de esos episodios de su vida en el que, no se sabe por qué, fueron capaces. Nunca habrían apostado por conseguirlo, no iba con ustedes, pero por alguna razón misteriosa ¡eran los mejores! y además… ¡insaciables!

En la escuela, agrupamos a los alumnos por edades cronológicas (con un año de margen), que en muchas ocasiones, no van de la mano con sus edades madurativas: recordemos que un niño que nace un día uno de enero puede entrar al colegio con más de tres años y medio y “codearse” con otro de dos que nació en diciembre. En definitiva, alrededor de un año de diferencia y es más, el primero disfruta de una ventaja respecto del segundo ¡de un tercio de su vida! Esto es evidente que no es un agrupamiento madurativo, ya de entrada, por lo tanto no tendrá lugar de forma  simultánea y homogénea la explotación madurativa.

En numerosas ocasiones, me asusta tremendamente una  idea que defienden con fervor, quiero creer que no todos pero sí una mayoría de padres y profesores: ¡el niño tiene que sacar sobresaliente en todo!… Vale, perfecto, muy bien. Pero, ¿cuáles son las razones o intereses que nos obligan a aferrarnos a tal frustrante exigencia?  Esto no es negociable, de verdad, es impresionante intercambiar opiniones de todo tipo con la gente, pero cuando se trata de argumentarles que esta idea es poco probable que se materialice, ya no “tirando” de estadísticas que avalan lo contrario, sino de estudios de desarrollo cerebral desigual por hemisferios y otros tantos… ¡nadie se apea del asno!

Puedo entender que en un entorno competitivo, en una prueba específica en la que nos jugamos un puesto de trabajo (ámbito laboral), una medalla (élite deportiva), una chica (el amor), necesitemos ser los empleados más capaces, el corredor más rápido, el chico más simpático y guapo, tiene sentido. Sin embargo en la escuela… ¿cuál es el objetivo principal? Pues aun revisando con profundidad leyes educativas, no se consigue llegar a la conclusión de que el objetivo de ésta sea sacar dieces en todo. Sinceramente, nunca entendí ni entenderé la potente defensa de tal barbaridad. Pero bueno, es un asunto que requiere una extensa dedicación y que profundizaremos más  en otra ocasión.

En términos económicos, el momento histórico en el que nos encontramos ahora es, curiosamente, el que más nuevos multimillonarios jóvenes genera, debido al poder de sus descubrimientos y entusiasmo emprendedor que inunda velozmente cada rincón del planeta en milésimas de segundo. Sin embargo, el que hereda un negocio ya inventado, que es altamente rentable y aun habiendo aprendido correctamente a gestionarlo porque alguien se lo enseñó, necesita toda una vida para hacer algo de fortuna.

Esta evidencia del cambio debe empujarnos a caer del sofá de la pereza y la desidia, cuya inercia nos obliga a afirmar lo que los medios desean que afirmamos y a negar lo que les conviene que neguemos. En ese instante descubriremos que haciendo uso de la magnífica democracia del conocimiento de la información de la que todos disponemos en estos tiempos, en los que “agarrando” un simple portátil, seguiremos creciendo al descubrir, comparar y construir por nosotros mismos el propio conocimiento del mundo.

Por todo lo anterior, nos daremos cuenta pues, de que también aprender, mucho más que la maestría de enseñar, tiene su truco y no es otro que buscar y generar pacientemente momentos de oportunidad, en los que volcaremos todo nuestro potencial humano con la finalidad de conseguir una explotación madurativa lo más intensa y extensa que nos permita la pasión y motivación del momento.

Sinceramente, lo curioso de todo esto, como afirmábamos en líneas anteriores, es que tanto en la escuela como en la vida misma, no hay nada nuevo que enseñar, sino todo un mundo viejo que reinventar y no hay nada viejo que aprender, sino todo un mundo nuevo por descubrir.

Y ya saben: qué será mi hijo de mayor también depende de nuestra implicación.

      «Aprender sería más bonito si prescindiéramos de la belleza del descubrimiento»

Publicado por: Iñaki Fernández Suárez

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